lunes, 21 de octubre de 2013

Querido papá:


Ha llegado la hora de comer. El escenario empieza a vaciarse. La primera parte del ensayo general ha terminado. El auditorio se queda en silencio, por fin. Todos salen, deprisa, muertos de hambre. No son mis amigos. Yo me quedo a esperarte. Tú aún recoges partituras, y cuando me ves, en primera fila frente al escenario esperándote, sonríes y me haces muecas. Como si aún fuera una niña.

Y entonces cuando por casualidad tus dedos rozan las teclas al recoger una partitura se te ocurre una idea y me miras, sonriente. Cuatro notas y ya la he reconocido. Cambias de melodía. Nuestro juego de siempre. Los técnicos van de aquí para allá por detrás recogiendo cosas pero apenas hacen ruido. Yo solo veo el escenario y en el escenario solo estás tú. 

Te sientas porque comer puede esperar. Poco a poco, reconocerlas no es lo importante. Tocas una y después otra. Ya ni me miras porque no hace falta. Tocas nuestras canciones. Las canciones de siempre. Las que siempre me has tocado. La banda sonora de mi vida. Los acordes llenan el auditorio. Sólo tengo ojos para ti. Todo el mundo debería verte tocar una vez en la vida, papá. No es lo que tocas es cómo lo tocas. Acaricias las teclas como si les pidieras su sonido y ellas, caprichosas pero enamoradas, contestan encantadas. 

Por ese escenario han pasado muchos de los músicos más ilustres del mundo y, sin embargo, el auditorio nunca había estado tan lleno de cariño. Eso es lo que tú haces cuando tocas. Tú quieres a la música. La mimas, la respetas, la sostienes. Es tu alma la que encuentra el camino hasta tus dedos para acariciar las teclas. Por eso lloro. Lloro por ti porque merecerías más. Merecerías ser feliz. 

Cada vez te absorbe más hasta que, de pronto, levantas las manos y la música acaba de forma abrupta. Sabes que si tocas una nota más puede que no te levantes nunca. Puede que no salgas de ahí. Y la vida sigue. Vamos a comer, anda. Tienes la mirada desenfocada como quién ha visto luz y de repente vuelve a la oscuridad. Quisiera saber adónde vas cuando tocas. Quisiera seguirte. Los años no perdonan.







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