viernes, 3 de diciembre de 2010

Mamá, dime la verdad.

Tendrá unos seis años, más o menos. Y corretea de aquí para allá y no está quieto ni un segundo. Sus carcajadas encandilan a todos los que pasan por su lado que le miran con dulzura mientras él, ajeno a los sentimientos que despierta, sigue lanzando la pelota de goma tan lejos como puede. Son apenas unos metros pero suficiente para que el terrier color pardo quiera ir a buscarla y el niño detrás, a por el perro y la pelota.


Y de repente, una música atronadoramente hermosa resuena en Montjuic. Y el niño, sorprendido, se acerca a sus padres que esperaban ya el comienzo del espectáculo. Las fuentes empiezan a bailar: litros y litros de agua bailando al compás de la música y de colores distintos. Miles de tonos, el sonido del agua al caer y el Danubio Azul dirigiendo la escena.  Y el niño mira y calla, la boca entreabierta y hasta el perro ha dejado de moverse. Olvidaron la pelota y el juego.

Sólo miran. El pequeño apenas pestañea, como si moverse fuera a romper el encanto. No es capaz de apartar la vista de la bella danza del agua en la fuente. Y, si fuera capaz, tampoco lo haría.


Cuando el espectáculo ha avanzado su madre intenta darle un plátano que le ha traído. El niño no quiere ni mirarlo y sólo sigue mirando.

Sigue mirando.

Pero el espectáculo acaba y toda la magia que parecía inmovilizar a los espectadores se esfuma. Y el niño despierta bruscamente porque un hombre se ha chocado con él.


Y recogen todo y se disponen a irse. Pero mientras su madre le pone la bufanda y los guantes, el niño mira la fuente esperando que vuelva el milagro.


-Mamá... ¿Quién ha hecho eso?

-Nadie. Son unas máquinas que lo hacen.


El niño se calla y baja la mirada hacia su madre que, agachada, le abrocha la cremallera. Y vuelve a mirar las fuentes. Y a su madre, de nuevo.



-No, mamá. Dime la verdad.












miércoles, 1 de diciembre de 2010

Un café, por favor.

Con esa breve mirada se reconocen. Han sonreído. Un parón en su vida. Un momento de recuerdo. Un abrazo y esos qué tal que no significan nada. Todos los años de momentos, de risas y de callejeo se juntan en un segundo de sus pensamientos. En principio, sólo era eso. Un parón. Por los viejos tiempos. Para volver a la adolescencia: tan sólo unos minutos. Pero sólo ha hecho falta que se rompa el hielo de la costumbre con un “¿Tomamos un café?” desde el corazón. En honor a todo lo que pasó, un homenaje a esos años que ya son solo fotos en una red social. “¿Tomamos un café?” y se rompe el hechizo de la convencionalidad. Y lo que estaba escrito, ese guión que nadie votó pero que nadie trasgrede, se deshace. No hay guión. ¿Qué significa tomar un café?


-¿Tomamos un café?







Y llora.

-¿Tomamos un café?

Y ríe.

-¿Tomamos un café?

Y calla.

-¿Tomamos un café…?

“¿Tomamos un café?” quiere decir todo menos lo que significa.


“¿Tomamos un café?” es arreglar el mundo, confesar un delito, revelar un íntimo secreto y verbalizar un secreto a voces. “¿Tomamos un café?” es una invitación a olvidarse del mundo y una invitación a cambiarlo. “¿Tomamos un café?” es un abrazo, un beso y una promesa o un juramento velado. “¿Tomamos un café?” es hipócrita, sincero, honesto, egoísta, generoso, correcto, sencillo, insultante y doloroso. “¿Tomamos un café?” es un todo y un nada. Y una sonrisa. “¿Tomamos un café?” es una canción que hace tiempo olvidaste y un final que no quisiste leer. “¿Tomamos un café?” es un baile, un silencio elocuente y palabras vacías. “¿Tomamos un café?” es ruido, música, grito y susurro.  Es una huida y un regreso.  Es el intento de callar una carcajada y matar un ruiseñor y cerrar una puerta y apagar la luz de una mirada. “¿Tomamos un café?” es arrodillarse y suplicar. Es mirar por encima del hombro con el dolor que solo el orgullo puede causar. Es el dolor de reírse tanto y la amargura de llorar. Es un hombro amigo y una mano tendida. “¿Tomamos un café?” es el fin o el inicio de una amistad. La sonrisa brillante de un desconocido y una carta en el buzón. Es una mirada que reconoce los ojos que miran y un beso que sella toda una vida.



Aventureros... ¿tomamos un café?

martes, 30 de noviembre de 2010

Recordaré estrellas que no vi...

Qué alegría vivir sintiéndote vivido.
Rendirse

a la gran certidumbre, oscuramente,

de que otro ser, fuera de mí, muy lejos

me está viviendo.

Que cuando los espejos, los espías,

azogues, almas cortas, aseguran

que estoy aquí, yo, inmóvil,

con los ojos cerrados y los labios,

negándome al amor

de la luz, de la flor y de los nombres,

la verdad transmisible es que camino

sin mis pasos, con otros

allá lejos, y allí

estoy besando flores, luces, habo.

Que hay otro ser, por el que miro el mundo,

porque me está queriendo con sus ojos.

Que hay otra voz con la que digo cosas

no sospechadas por mi gran silencio;

y sé que también me quiere con su voz.

La vida - ¡qué transporte ya! -, ignorancia

de lo que son mis actos, que ella hace,

en que ella vive, doble, suya y mía.

Y cuando ella me hable

de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,

recordaré

estrellas que no vi, que ella miraba,

y nieve que nevaba allá en su cielo.

Con la extraña delicia de acordarse

de haber tocado lo que no toqué

sino con esas manos que no alcanzo

a coger con las mías, tan distantes.

Y todo enajenado podrá el cuerpo

descansar, quieto, muerto ya. Morirse

en la alta confianza

de que este vivir mío no era solo

mi vivir: era el nuestro. Y que me vive

otro ser de la no muerte.


Pedro Salinas






miércoles, 13 de octubre de 2010

Qué difícil.

Una niña que llora cuando su madre la abandona. Un corazón que se rompe oyendo una sílaba. 
El miedo que atenaza un alma herida. 
El desasosiego de quien se ahoga en su mansión.
El dolor del que grita y hace daño. El cariño del que nunca dice nada. Al que ama y no busca. 
Al que busca y no ama.

La esperanza del que no quiere saber.
La desilusión del que ya sabe. El dolor del que pretende. La amargura del que querría poder amar. El hastío del que puede y no ama. Y la ternura del que sólo puede amar.
El escudo del que tiene miedo del dolor. Y el dolor de quién no tiene escudo. La caricia del que ama y no lo muestra. Y la caricia de quien lo demuestra pero no ama.
La impotencia de quien grita en silencio. Y la de quien, gritando, guarda silencio. El camino del que no sigue ningun camino. Y la fuerza del que sabe dónde está su destino.
La arrogancia de quien cree bastarse a si mismo. Y la pobreza de quien “sabe” bastarse a si mismo. El dolor del que no entiende. Y la grandeza de quien comprende. 
La compasión del que escucha. Y la tristeza del que habla. El corazón que decide volver a casa. Y el corazón que se marcha que dice que volverá algún día.

La soledad del que se ha rodeado de gente. Y la caridad del que decide tender la mano. La humanidad de quien se levanta y dice “sí”, otra vez. La dulzura del que todos los días decide amar sólo por un día más. La paciencia de quien ama y no es amado. De quien llora y no puede. Del que coge la mano que se le tiende.

Y es que es difícil de entender a quien está solo y no pide ayuda.
Al que hace daño para calmar su propio dolor. 
Al que se refugia en lo que tiene y muere ahogado en ello.

Y es que es difícil de entender una humanidad tan grande en algo tan pequeño. 
Un corazón que siente tanto en un cuerpo como el nuestro. 
Un alma que necesita tanto…

Y es que es difícil de entender que se pueda amar hasta el extremo. 
Que se pueda desear hasta el extremo.

Que se pueda morir de dolor.

Que se pueda morir de amor.

martes, 12 de octubre de 2010

Tú y yo.

Tú y yo que fuimos Batman y Robin
y Sancho y Don Quijote.
Que fabricábamos arpones
para cazar cachalotes.

Tú y yo que fuimos
emoción de lo prohibido,
risas ahogadas,
castigos cumplidos.

Ahora de todo eso sólo 
queda un viejo Barman, un rocín enfermo,
una cara que se nubla en el recuerdo.

Y una carta en una servilleta de papel.

Tú y yo que fuimos
tantas cosas y tan pocas.
Que bailamos en la lluvia
y reímos en silencio.

Tú y yo que fuimos,
que éramos,
que ya no somos,
que nos perdimos.

Ya no hay héroes ni villanos,
ni amigos ni enemigos.
Sólo hay… Que tú no estás.

Nada.

Nada que sugiera que tú y yo fuimos, vinimos, volamos… Nos perdimos.

jueves, 8 de abril de 2010

Yo



Nunca pensé en esto como un diario y mis sentimientos los escribo en otra parte. Sólo vengo a intentar poner belleza en palabras. Aunque no lo consiga. Vengo a ensayar.