martes, 13 de noviembre de 2012

Dime que no vas a dejar de bailar.

Si mañana no estoy,
si no he vuelto,
lee estos versos.
Serán testaferro de mi mirada
al no regreso.
Echa la cabeza hacia atrás.
Cierra los ojos.
Procura no llorar.
Quizá no lo consigas.
No importa, es normal.

Sabe que aunque no me veas
no me oigas, estoy aquí.
Que no te dejo.
Que no me voy.
Que he sido feliz.
Que te he querido.

Si mañana no estoy,
vas a susurrarle al viento.
Le dirás que me traiga de vuelta.
Y no encontrarás respuesta.
Echa la cabeza hacia atrás.
Descansa esos ojos brillantes.
Piensa en todos los buenos momentos.

Recuérdame riendo,
así, con esa risa fuerte.
Recuérdame abrazándote.
Recuérdame entre bromas,
entre carcajadas,como me gusta estar.

Dime que aunque no me veas,
sabes que estoy aquí.
Dime que nos volveremos a ver.
Dime que no será lo mismo.

Que lo vas a intentar.

Dime que no vas a dejar de bailar.
Dime que leerás esto y reirás.
Siempre supe lo que hacía.
Pídeme que te espere.
Pídeme que te rescate.
Pídeme que te cuide.
No digas nada.

Sabes que lo haré.
Sigue mirando al cielo como has hecho siempre.
No pierdas tu mirada.
Búscame en las estrellas.
Cuando llueva verás lágrimas.
Lágrimas de no abrazarte.
Pero sé que me pongo horrible,
prometo que no lloraré.

Promete que vas a seguir diciendo cosas bonitas.
Promete que seguirás siendo tú.
Promete que siempre me querrás.
Espera, que sé que tengo que marcharme,
deja que te mire un poco más.

Así con la cabeza hacia atrás
te pareces a un sueño que tuve una vez.
Un sueño que no pude tocar ni abrazar,
un hermoso sueño que acabó al despertar.

Que descanses bien,
ya no llores más.
Si cuando te despiertes no estoy,
si no he vuelto…
Por favor, no dejes de quererme.

lunes, 21 de mayo de 2012

A ti.

Yo no podía pero tú estabas ahí.

Perdí la cuenta de las veces que caí.
Solía quedarme en el suelo, respirando.
Solía dormirme esperando.

Yo no podía y tú estabas ahí.

Por las veces que dijiste “tú puedes”.
Por todas las veces que me levanté.
Y yo no podía. Realmente no podía.

Pero tú estabas ahí.

Cuántas veces pensé que no podría.
Cuántas veces perdí la esperanza de llegar.
Aquellas veces en que, de pronto, rompía a llorar.

Y, qué curioso, tú seguías ahí.

Cuánto cambié en el camino, ¿sabrías decírmelo?
¿Me volví fiero, viejo, amargo, cansado?
En el fondo, siempre me gustó que caminaras a mi lado.

Porque aunque yo no pudiera, tú estabas ahí.

¿Cúantas veces me llevaste en brazos?
¿Recuerdas cuántas veces dije que me rendía?
Decidiste no contar las veces en que yo ya no podía.

Sí. Cuando yo ya no podía, tú estabas ahí.

Hoy aun me pregunto por qué no lo dejabas.
Por qué no te cansabas. Por qué no te rendías.
Solías decir… Que yo te daba fuerzas: que lo hacías por mi.

Tú. Quién, a pesar de todo, estaba ahí.

Gracias por no dejarme abandonar.
Hoy creo que, por fin, lo entendí.
Gracias por enseñarme a confiar.

Gracias porque, ante todo, tú estabas ahí.

Entendí que lo importante no es llegar.
Que lo importante es el camino.
Que lo importante es con quién caminar.

Yo te tuve a ti que no dejaste de estar ahí.

Entendí que yo no podía. No podía de verdad.
Entendí que, en realidad, eso daba igual.
Lo importante eras tú que decías que sí lo conseguiría.

Y yo no podía, realmente no podía, pero tú estabas ahí.

Eso fue lo que valió la pena del camino.
Hoy, después de tantos años, lo entendí.
Que sólo quise, durante todo este tiempo,
alguien como tú, que estuviera ahí para mi.
Llegar o no llegar, al final, es secundario.
La cuestión es si encontraste ese tú.
Ese tú que te dice que puedes, que no abandona.
Que sigue ahí.
Y que, al final de todo, puedas volver la cabeza atrás
y entiendas que debes dar gracias.
En el camino hubo lágrimas y risas, gritos y silencios, agonías y alegrías.

Pero lo mejor, lo mejor de todo, fue tenerte a ti.

A ti, que cuando ya no podía, cuando me sentía morir, cuando me sentía caer, estabas ahí. Me recogías, me abrazabas, me salvabas del vacío. Siempre decías: “sí, tú puedes, yo sé que tú puedes.”

Y yo no podía… Realmente no podía… Pero tú estabas ahí.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Por si decides volver.

Escribiré cartas sin dirección.

Por si decides volver.
Alguno de estos días.

Compondré canciones,
sinfonías, versos y poesías.
Haré cien castillos con la arena
de esta playa que te espera,

por si decidieras volver.

Volveré a vestir los mismos 
colores que llevaba entonces.
Cantaré todas esas melodías
que tú conoces,

por si decides volver.

Pintaré dos mil esbozos
de ti y mi destino de la mano.
Nadie me apartará del camino:
lo guardaré sin descanso,

por si decidieras volver.

Encenderé todas las velas: 
si llegas de noche, 
no temas que no esté.
Siempre te esperé.

Por si decidías volver.

Y por si decides volver…
Que sepas que seguiré aquí esperándote.

Que sepas que esperé tu luz, tu bien,
que espero que recuerdes, 
que sueñes, que rías, 
que estés bien.

Y que si pudiera esperar un poquito más,
desearía estar en esos sueños, esas risas, esos recuerdos.

No dijiste que volverías.
Y sin embargo yo, mírame, no perderé la esperanza de verte otra vez -como siempre, tan bonita-…

Por si decidieras volver.

miércoles, 11 de enero de 2012

Te pedí.

No debí soñarte nunca
Nunca debí haberte soñado
porque cuando conocí a tu ‘yo’ real…
Sentí que me habías decepcionado.

Y me equivoqué esperando demasiado de ti
te pedí un sí, un todo, te pedí la perfección.
Tal vez esperé demasiado de ti.
Sí… Te pedí a ti lo que se le pide a Dios.

No debí soñarte nunca
Nunca debí haberte soñado
porque cuando conocí a tu ‘yo’ real…
Sentí que me habías decepcionado.

Perdóname si te pido, alguna vez,
una rosa sin espinas o un verano sin calor,
Perdóname si te lo pido, alguna vez,
es que a ratos se me olvida lo que significa querer…