lunes, 7 de noviembre de 2011

Luz y miel.

‘¿Qué hago aquí?’ te preguntas, chiquitita.


Tú, sonrisa que atenta escucha la explicación de algo que le suena vagamente. Oyes tecnicismos de culturas lejanas y casi te dejas seducir por esas cosas que sabes que nunca verás. Y te encanta conocer las anécdotas y las vicisitudes y las curiosidades. Esas vueltas que da la vida… Aunque todo eso en el fondo, a ti, chiquitita y blanca, no te diga nada.



Añoras. Te gustaría volver a oír a los poetas. Te gustaría volver a oír de quién dio su vida por esa noble y bella causa.



Y estás ahí en medio, chiquitita. Que vienes y vas y escribes y escuchas y oyes y piensas… Y callas. Que es entonces, cuando callas, que me asustas, que te asustas. Una sombra de dolor cruza tu expresión y se acomoda entre lo que tú ves y la realidad. Y tus manos, de pronto, tiemblan y pierden la fuerza. Y sientes que no respiras. Y las lágrimas hacen carreras por tus mejillas.



Y entonces me buscas. Vuelves a mí. Intuyes que siempre estuve esperándote.



Ya ha pasado. No hay sombra. Tus manos recuperan su habitual y delicada firmeza. Respiras de nuevo y, de la nada, como una flor en invierno, nace una sonrisa débil en tus labios. Y me miras. Qué ha pasado… No recuerdo cuánto tiempo llevo aquí pero, chiquitita, te he esperado. Y puedo decir que ha valido la pena por ver florecer en ti esa sonrisa. Chiquitita… Tus ojos saben otra vez a luz y a miel.