miércoles, 13 de octubre de 2010

Qué difícil.

Una niña que llora cuando su madre la abandona. Un corazón que se rompe oyendo una sílaba. 
El miedo que atenaza un alma herida. 
El desasosiego de quien se ahoga en su mansión.
El dolor del que grita y hace daño. El cariño del que nunca dice nada. Al que ama y no busca. 
Al que busca y no ama.

La esperanza del que no quiere saber.
La desilusión del que ya sabe. El dolor del que pretende. La amargura del que querría poder amar. El hastío del que puede y no ama. Y la ternura del que sólo puede amar.
El escudo del que tiene miedo del dolor. Y el dolor de quién no tiene escudo. La caricia del que ama y no lo muestra. Y la caricia de quien lo demuestra pero no ama.
La impotencia de quien grita en silencio. Y la de quien, gritando, guarda silencio. El camino del que no sigue ningun camino. Y la fuerza del que sabe dónde está su destino.
La arrogancia de quien cree bastarse a si mismo. Y la pobreza de quien “sabe” bastarse a si mismo. El dolor del que no entiende. Y la grandeza de quien comprende. 
La compasión del que escucha. Y la tristeza del que habla. El corazón que decide volver a casa. Y el corazón que se marcha que dice que volverá algún día.

La soledad del que se ha rodeado de gente. Y la caridad del que decide tender la mano. La humanidad de quien se levanta y dice “sí”, otra vez. La dulzura del que todos los días decide amar sólo por un día más. La paciencia de quien ama y no es amado. De quien llora y no puede. Del que coge la mano que se le tiende.

Y es que es difícil de entender a quien está solo y no pide ayuda.
Al que hace daño para calmar su propio dolor. 
Al que se refugia en lo que tiene y muere ahogado en ello.

Y es que es difícil de entender una humanidad tan grande en algo tan pequeño. 
Un corazón que siente tanto en un cuerpo como el nuestro. 
Un alma que necesita tanto…

Y es que es difícil de entender que se pueda amar hasta el extremo. 
Que se pueda desear hasta el extremo.

Que se pueda morir de dolor.

Que se pueda morir de amor.

martes, 12 de octubre de 2010

Tú y yo.

Tú y yo que fuimos Batman y Robin
y Sancho y Don Quijote.
Que fabricábamos arpones
para cazar cachalotes.

Tú y yo que fuimos
emoción de lo prohibido,
risas ahogadas,
castigos cumplidos.

Ahora de todo eso sólo 
queda un viejo Barman, un rocín enfermo,
una cara que se nubla en el recuerdo.

Y una carta en una servilleta de papel.

Tú y yo que fuimos
tantas cosas y tan pocas.
Que bailamos en la lluvia
y reímos en silencio.

Tú y yo que fuimos,
que éramos,
que ya no somos,
que nos perdimos.

Ya no hay héroes ni villanos,
ni amigos ni enemigos.
Sólo hay… Que tú no estás.

Nada.

Nada que sugiera que tú y yo fuimos, vinimos, volamos… Nos perdimos.