viernes, 11 de octubre de 2013

Jota.


"¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?" y su mirada inteligente sigue a su voz rasgada. Tanto, que el mismo Sabina no tendría nada que envidiarle. Me hace gracia. No ha cambiado su manera de saludar en años. Creo que viene bien que haya cosas que no cambien. Son esas cosas las que nos salvan cuando todo nuestro mundo se ha ido al carajo.

El tatuaje que cubre su cuello se arruga cuando ladea la cabeza. "¿Qué va a ser, niña?" Un agua, Jota. Se da la vuelta y cuando la tiene en la mano hace malabares con ella antes de dejarla en la barra. Sonrío porque sí.
 
Me coje de la barbilla, como siempre. "Vaya ojeras, ¿no? Eso huele a mal de amores... ¿A quién reviento, niña?" Ahí me hace reír porque lo dice tan serio que si le oye alguien, lo vuelven a meter en la cárcel. No, Jota, sólo es que estoy pachucha. Porque contestar a la pregunta quizá requiera contarle toda mi vida. Lo que es mi vida. O en lo que se ha convertido.

Bromea con mi supuesto mal de amores. Sabe de mi pasión por George Clooney: "a ver, ¿qué tiene él que no tenga yo?" Dinero. "Eso es verdad, qué mamonazo." Y nos reímos aunque sean las mismas bromas de siempre y sigan teniendo la misma estúpida gracia que la primera vez.
 
"¿Y tus labios rojos, niña?" Hace tiempo que no, Jota. Pronto hará un mes que no. Le pellizco el brazo tatuadísimo cuando cojo el agua y él intenta quitármela, jugando. Ronda los cincuenta años y tiene más ganas de vivir que yo. "Ay, por Dioh, si te contara cosas de la cárcel..." Su frase recurso. Me hace sonreír. No cambies nunca.
 
Tengo que volver a clase. Me despido con la mano. "Y ni se te ocurra volver por aquí sin tus labios rojos, niña." Sonríe tanto que se le ve el agujero de la muela que le falta. Me pongo firme y le hago el saludo militar. Se ríe y hace el amago de tirarme el trapo que lleva colgado del hombro. Gracias, Jota.
 
 
 
 

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