Tendrá unos seis años, más o menos. Y corretea de aquí para allá y no está quieto ni un segundo. Sus carcajadas encandilan a todos los que pasan por su lado que le miran con dulzura mientras él, ajeno a los sentimientos que despierta, sigue lanzando la pelota de goma tan lejos como puede. Son apenas unos metros pero suficiente para que el terrier color pardo quiera ir a buscarla y el niño detrás, a por el perro y la pelota.
Y de repente, una música atronadoramente hermosa resuena en Montjuic. Y el niño, sorprendido, se acerca a sus padres que esperaban ya el comienzo del espectáculo. Las fuentes empiezan a bailar: litros y litros de agua bailando al compás de la música y de colores distintos. Miles de tonos, el sonido del agua al caer y el Danubio Azul dirigiendo la escena. Y el niño mira y calla, la boca entreabierta y hasta el perro ha dejado de moverse. Olvidaron la pelota y el juego.