lunes, 21 de octubre de 2013

Nuestra verdad



-Cuando estoy contigo no tengo miedo de nada.
-Pero estoy en Valladolid. Lejos.

Esta es nuestra verdad. Que tú no estás y yo te siento aquí. Que tú tienes miles de cielos y yo solo uno. No te preocupes. Ya me estoy acostumbrando. Supongo que es lo que hay. Que la vida es justo esto. Pero yo te he llamado hermano y he creído en tus palabras. No sé si me has mentido o qué ha pasado. Sólo sé que no sabes quererme o no quieres quererme de verdad. Cuando te necesito, no estás. Como ahora. Mírame. Espero que no tengas que arrepentirte nunca de no haber querido lo suficiente. Lo espero de verdad.




Querido papá:


Ha llegado la hora de comer. El escenario empieza a vaciarse. La primera parte del ensayo general ha terminado. El auditorio se queda en silencio, por fin. Todos salen, deprisa, muertos de hambre. No son mis amigos. Yo me quedo a esperarte. Tú aún recoges partituras, y cuando me ves, en primera fila frente al escenario esperándote, sonríes y me haces muecas. Como si aún fuera una niña.

Y entonces cuando por casualidad tus dedos rozan las teclas al recoger una partitura se te ocurre una idea y me miras, sonriente. Cuatro notas y ya la he reconocido. Cambias de melodía. Nuestro juego de siempre. Los técnicos van de aquí para allá por detrás recogiendo cosas pero apenas hacen ruido. Yo solo veo el escenario y en el escenario solo estás tú. 

Te sientas porque comer puede esperar. Poco a poco, reconocerlas no es lo importante. Tocas una y después otra. Ya ni me miras porque no hace falta. Tocas nuestras canciones. Las canciones de siempre. Las que siempre me has tocado. La banda sonora de mi vida. Los acordes llenan el auditorio. Sólo tengo ojos para ti. Todo el mundo debería verte tocar una vez en la vida, papá. No es lo que tocas es cómo lo tocas. Acaricias las teclas como si les pidieras su sonido y ellas, caprichosas pero enamoradas, contestan encantadas. 

Por ese escenario han pasado muchos de los músicos más ilustres del mundo y, sin embargo, el auditorio nunca había estado tan lleno de cariño. Eso es lo que tú haces cuando tocas. Tú quieres a la música. La mimas, la respetas, la sostienes. Es tu alma la que encuentra el camino hasta tus dedos para acariciar las teclas. Por eso lloro. Lloro por ti porque merecerías más. Merecerías ser feliz. 

Cada vez te absorbe más hasta que, de pronto, levantas las manos y la música acaba de forma abrupta. Sabes que si tocas una nota más puede que no te levantes nunca. Puede que no salgas de ahí. Y la vida sigue. Vamos a comer, anda. Tienes la mirada desenfocada como quién ha visto luz y de repente vuelve a la oscuridad. Quisiera saber adónde vas cuando tocas. Quisiera seguirte. Los años no perdonan.







miércoles, 16 de octubre de 2013

martes, 15 de octubre de 2013

Una tonta.

Ahora te toca a ti decidir. Y soy yo la que se muere por pedir perdón aunque seas tú quien se ha equivocado. Soy yo la que se muere por recuperarte aún a costa de mí misma. Escribo aquí lo que querría decirte. Sé que no lo leerás.
Querría decirte que aún te quiero, que te voy a querer siempre. Que no sé cómo he llegado a quererte tanto. Quizá porque llegaste en el peor momento y fuiste luz. Quizá porque tenía que ser así y como dice Garcilaso "yo no nací sino para quereros". Una vez te dije que daría años de mi vida por tenerte aquí y ahora. Por poder abrazarte. "Pues qué tonta", contestaste.
Eso he sido siempre. Una tonta. Una tonta que te ha querido hasta el final. Que te va a querer también ahora que te vas porque, cariño, intuyo que esta vez vas a decidir que ya no más.
¿Sabes? Te pediría perdón ahora mismo. Te diría que lo siento, que mira cómo estoy. Que te necesito. Que te necesito aquí. Lo haría y renunciaría a todo por ti. Porque no te fueras. Porque esa conocida sensación de terror de cuando te fuiste, ha vuelto. Creo que nunca se ha ido. Creo que esperaba agazapada el momento de volver.
Te buscaría ahora mismo para decírtelo pero si te vas es que realmente vas a ser más feliz así y yo no puedo ni siquiera soportar la idea de quitarte esa posibilidad. No puedo. Ojalá supieras la de veces que te he escrito párrafos enteros en mensajes que no envío. Ojalá supieras cuánto he llorado por ti esta noche. Por mí. Por no ser lo que necesitas en tu vida.
Y no. No tiene nada que ver con ese tipo de amor. Hace tiempo que ya no. Mi guardián, mi compañero. Eso quise que fueras. Aún lo quiero. Pero da igual eso. Da igual todo. Lo único que importa es que decidas ser feliz. Y yo empiece a asumirlo. Cuando te conocí eras "S. Lumberjack" y pensé, qué perfecta coincidencia. Cuesta creer que todo acabe así. Que a Caperucita se la vaya a comer el lobo porque dudo que pueda volver a ser la misma después de ti.
Nada queda por decir. Incluso estando rota te recordaba que te quería. Te lo he dicho siempre y en realidad, dándotelo todo no he pedía nada a cambio. Te lo he dado tan de corazón que por eso ahora no me siento mal pagada. No te siento en deuda.
Tú tenías razón: no se elige a quien se quiere. No te elegí pero decidí dártelo todo. Mi niño, mi bebé, mi cariño. Que la suerte te acompañe y que seas muy feliz.

domingo, 13 de octubre de 2013

Respira.



He pasado toda la noche obligándome a respirar. He vuelto a llorar. Exactamente igual que hace una semana. Hoy ya no me creo más nada de lo que digas. No me creo que me quieras. Puedo creerme que no quieras hacerme daño porque a pesar de todo, sigo creyendo en las personas. Pero, ¿que me quieras? No, lo siento, eso ya no me lo creo. Ya no. 

Ya ha amanecido así que ya es hora de dejar de llorar. Se ha acabado. Hasta aquí llega el tiempo que me doy o volveré a caer. Aunque en el fondo, no sé si en algún momento he llegado a levantarme. Voy a racionalizarlo todo porque me lo pidió el psiquiatra de ojos azules. "No te fíes de lo que sientes ahora que estás mal." 

¿Qué hago ahora? Ahora que he descubierto que no te importo. Aunque en realidad creo que hay partes de mí que lo sospechaban. No importa ahora. ¿Qué hago? 

Debería pedirte que te vayas. En verano me hiciste creer que me querías, que me necesitabas y ahora duele saber que no. Duele que estés aquí y te de igual. Debería pedirte que te vayas porque si has vuelto no por mí, si no por hacer lo correcto... No quiero tu piedad. No quiero ser el "estoy porque es lo correcto". Debería pedirte que te fueras porque lo que quiero es que me quieras y eso no se ha dado. Pero, ¿seré capaz? Es evidente que no. Yo sí te quiero, tú a mí sí me importas, yo sí te necesito, a pesar de todo. 

Dice mi hermana que antes de ayer me oyó hablar en pesadillas. Suplicaba, dice. "Quiéreme, por favor, quiéreme, no te vayas." Se burla de mí por lo del "quiéreme", haciendo broma ahora. Dice que parezco uno de esos muñecos lastimeros que quieren que los cuides. Supongo que tiene razón.

Hoy mi madre se ha levantado gritándome, continuando la bronca de ayer. Pero hoy era distinto. Hoy no puede hundirme más porque ya vuelvo a estar en el fondo. Después de esta noche, no puede hundirme más. 

¿Y todo el esfuerzo por volver que estoy haciendo? ¿Y todas las cosas que hago intentando curarme, volver a ser la misma... Por ti? "Vuelve. Por favor." ¿Por qué? ¿Es demasiado para tu conciencia? ¿Es eso? Pues sí. Me has destrozado pero ¿y qué? Ya te he perdonado. Hace tiempo. Y de verdad. Ojalá pudiera arrancarte el sentimiento de culpabilidad que te hace estar aquí, que te ha hecho volver. Te lo arrancaría para que fueras libre de marcharte y ser feliz porque, después de todo, ya lo has hecho una vez.

¿Qué hago? Dímelo tú. ¿Qué hago? Dame una razón para seguir intentándolo. Para seguir intentando curarme, volver, ser yo otra vez. 

No hay respuesta. No hay razón.

La voz de mi parte más cabrona no deja de repetir que no me quieres. Que nunca me has querido. Cuando decías "te necesito" no era de verdad. Y ya no tengo argumentos para acallarla. 

Voy a ponerme a trabajar hasta que me olvide de quién soy. Así quizá olvide el dolor. No tengo el valor para pedirte que te vayas. Que dejes de sentirte culpable. Que hagas lo que realmente quieras y seas feliz. Esperaré a que te canses. A que te des cuenta de que no vale la pena tanta culpabilidad y te marches. Si lo voy asumiendo desde ahora, cuando llegue el momento te seguiré queriendo pero ya te habré llorado. 






sábado, 12 de octubre de 2013

Una vez más.


Hoy has vuelto a hacerme daño. Sé que es sin querer, que no era tu intención. Y, sin embargo, después has sabido que estaba mal y te ha dado igual.

Has dicho que no, que ojalá pudieras hacer algo. Pero podías. Podías estar aquí. Cualquiera de tus palabras hubiera servido. Cualquiera que demostrara que te importo aunque sea un poco.

Tú eres la razón de que esté forzándome a mí misma a volver. Por ti me estoy empujando a Caperucita y a tantas cosas que hacen daño... Y ni siquiera te importo de verdad. Ni siquiera te importo lo bastante para estar ahí cuando estoy mal. ¿Por qué has vuelto entonces? ¿Te sentías culpable y volver fue la manera de aplacar tu conciencia? ¿Es esta tu manera de hacer lo correcto? Entonces, en esta ecuación, yo soy lo de menos. Así, ¿cómo voy a dejar de tener miedo de que te vayas? ¿Cómo voy a volver a confiar?

Acabo de darme cuenta de que te he convertido en el "Tú" de mi vida. Y quizá ese haya sido mi error. Quizá no quieres que te quiera, quizá te estés aburriendo de todo esto. Así son las cosas, supongo. Te he dado un lugar en mi vida tan enorme, tan adentro, que cuando no estás, el vacío es demasiado grande. Casi tanto como yo. Como siempre, es culpa mía. Una vez más.

viernes, 11 de octubre de 2013

"Vuelve. Por favor."


"Vuelve. Por favor."

Y de un momento a otro me he descubierto llorando. Llorando de amor, de puro cariño. He vuelto a sentir. Un dolor punzante y agudo, también. No sé si este se irá algún día. Todo lo que sé es que quería volver. Quiero. Y, por primera vez, tengo una razón.

He pensado mucho, de repente, volvía a pensar con claridad. Quizá volviendo a Caperucita. Sé que va a doler y lo acepto así, de cara. Curioso. Yo, que siempre rehuyo el dolor. No esta vez. No voy a dejar de intentarlo. 

Seguramente Tú seas la razón equivocada. Porque cuando te vayas volveré a caer. Seguramente debería hacerlo por mí y todo el rollo. Puedo oír lo que me dirían mis "superamigas" de esto. Pero lo he intentando y si lo hago por mí... Creo que te quiero más que a mí. Aunque suene gracioso. 

Mientras tanto voy a obligarme a no pensar en verte marchar otra vez. Voy a limitar eso a las noches, a mis pesadillas que ya son suficiente de por sí. Antes, por la mañana, estaba desesperada por eso he escrito lo que he escrito. Desesperada porque no tenía fuerzas para seguir buscándome.

"Vuelve. Por favor." Tres palabras y esta soy yo buscándome a mí misma. Me voy a encontrar porque una vez te dije que te bajaría una estrella con tal de verte feliz. Sigo pensándolo. Y si un día dejo de hacerte feliz pues... No quiero pensarlo. 

I will never let you fall. 
I'll stand up with you forever.
I'll be there for you through it all. 
Even if saving you sends me to heaven.

Por cierto. No escuchaba música desde el viernes pasado. Hoy he vuelto a hacerlo. La primera que ha salido era Send me an angel. 









A vosotros.


 
Quiero que se acabe todo ya, no creo que aguante mucho más. Hoy he vuelto a llorar de miedo. Sigo traicionándome a mí misma. Yo no debería estar así. Yo debería ser feliz. Pero aquí todos prometisteis que para siempre y una mierda. Una mierda. A ti es a la única que perdono, ojos verdes. Aunque quizá también te habrías marchado. Y a David. Que por lo menos tuvo la decencia de no prometerme nunca que siempre estaría conmigo.
 
He pasado la vida creyendo que os ibais porque yo no era lo suficiente. Lo suficientemente lista, lo suficientemente divertida, lo suficientemente digna de ser querida. He acabado con eso. Quizá el único que sigue aquí después de todo tenga razón y no sea culpa mía. Quizá es que no hablamos el mismo idioma y vuestro "siempre" sólo significa "mientras me apetezca". Quizá el único que sigue aquí después de todo tenga razón y no debería dejar que volvierais cuando os da la puta gana.
 
Porque hace tiempo que dejé de ser la "muñequita preciosa" de mi gran diablo y no lo seré de nadie más. No soy el accesorio de nadie. No me alejas y me acercas cuando te da la gana. O me quieres en tu vida o no. Pero nunca fui de medias tintas, así de limitada soy y qué le voy a hacer. Vivo conmigo así que más vale que haga las paces con cómo soy.
 
Hoy lloraba de miedo y después sólo de rabia. Porque yo no debería tener miedo. No sabéis lo que es. No tenéis ni puta idea. El miedo constante de perderos. El miedo a estar sola. Gracias. Por convertirme en una persona que llora de miedo. Por todas y cada una de mis pesadillas. Gracias por mentir o, simplemente, por cambiar de opinión. Por nada, en realidad.
 
Al fin y al cabo, mi gran diablo tenía razón. Mi mayor defecto es que soy una egoísta. Me creí cada "te quiero", cada "para siempre" porque era lo que más me convenía. Lo que quería creer. Así que después de todo, supongo que tengo lo que merezco.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Jota.


"¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?" y su mirada inteligente sigue a su voz rasgada. Tanto, que el mismo Sabina no tendría nada que envidiarle. Me hace gracia. No ha cambiado su manera de saludar en años. Creo que viene bien que haya cosas que no cambien. Son esas cosas las que nos salvan cuando todo nuestro mundo se ha ido al carajo.

El tatuaje que cubre su cuello se arruga cuando ladea la cabeza. "¿Qué va a ser, niña?" Un agua, Jota. Se da la vuelta y cuando la tiene en la mano hace malabares con ella antes de dejarla en la barra. Sonrío porque sí.
 
Me coje de la barbilla, como siempre. "Vaya ojeras, ¿no? Eso huele a mal de amores... ¿A quién reviento, niña?" Ahí me hace reír porque lo dice tan serio que si le oye alguien, lo vuelven a meter en la cárcel. No, Jota, sólo es que estoy pachucha. Porque contestar a la pregunta quizá requiera contarle toda mi vida. Lo que es mi vida. O en lo que se ha convertido.

Bromea con mi supuesto mal de amores. Sabe de mi pasión por George Clooney: "a ver, ¿qué tiene él que no tenga yo?" Dinero. "Eso es verdad, qué mamonazo." Y nos reímos aunque sean las mismas bromas de siempre y sigan teniendo la misma estúpida gracia que la primera vez.
 
"¿Y tus labios rojos, niña?" Hace tiempo que no, Jota. Pronto hará un mes que no. Le pellizco el brazo tatuadísimo cuando cojo el agua y él intenta quitármela, jugando. Ronda los cincuenta años y tiene más ganas de vivir que yo. "Ay, por Dioh, si te contara cosas de la cárcel..." Su frase recurso. Me hace sonreír. No cambies nunca.
 
Tengo que volver a clase. Me despido con la mano. "Y ni se te ocurra volver por aquí sin tus labios rojos, niña." Sonríe tanto que se le ve el agujero de la muela que le falta. Me pongo firme y le hago el saludo militar. Se ríe y hace el amago de tirarme el trapo que lleva colgado del hombro. Gracias, Jota.
 
 
 
 

jueves, 10 de octubre de 2013

Hacerme esto.




Mi subconsciente no deja de traerme a la cabeza canciones que no puedo escuchar, el muy cabrón. Hoy he vuelto a caer. No contestaba y he subido la conversación. La he subido porque cada vez es más fácil. La he subido hasta aquel fin de semana perfecto y ese lunes desgraciado. Cuántas veces le pedí perdón. Cuántas veces le dije todo lo que significaba para mí. Y el martes... David no tenía que haber dicho nada. Por eso me enfadé. 

Por culpa de David, cuando hablaba conmigo se puso a hiperventilar. Me he recordado sola en el hospital llorando. He vuelto a ver a la enfermera que me pinchó cuando me dio el ataque de ansiedad. Se me antojó el mismo demonio porque no me dejaba salir de la cama. Y yo quería salir porque necesitaba asegurarme de que él estaba bien. Porque todo era por mi culpa. Y los días de después. Dijo que me había perdonado pero... Dios. Yo lo creí. Como creí cada palabra. 

Supongo que siempre he sido fácil de engañar. Si no fuera porque, de repente, vuelvo a ser una Caperucita acojonada, me haría gracia. ¿Vivir es una gran aventura? Qué paradoja. Yo no soy una aventurera. Yo quería la vida en La Comarca. Paz. Que es lo que diseña Alicia para mí. Casa blanca, cortinas amarillas. Yo no quiero sufrir, diga lo que diga el psiquiatra de los ojos azules. No quiero tener miedo y lo tengo. Debería alegrarme sentir algo, después de todo. Pero hubiera querido que no fuera miedo. Miedo a todo. A todo no. Miedo a que se vaya. A que no me quiera. A que, en realidad, nunca lo haya hecho y yo me haya creído que sí.

Porque al final eso es Caperucita, ¿no? La niña tonta que se cree todos los cuentos. Qué paradoja tan jodida y tan auténtica. 





miércoles, 9 de octubre de 2013

Pf.



Me cuesta horrores fingir delante de los demás. Delante de mi familia ya ni lo intento. Ya dan por hecho que estoy mal de la cabeza y me dan por perdida. Con la gente de la universidad... Poco me importa a estas alturas lo que piensan de mí. Pero con mis amigos, que aunque estén lejos, lo son... Soy incapaz de seguir las bromas de siempre. Como si me fuera más lento el cerebro. Más de lo normal. Eso me angustia y creo que la angustia precisamente me bloquea más. Debería parar el círculo pero no puedo. Por eso tomo las decisiones que tomo. No quiero estar así. Ser yo dolía pero así no soy yo. 

Quizá no vuelva a verte nunca. ¿Quién soy? ¿Lo sabré algún día si te vas? Quisiera decir tantas cosas. No puedo. No salen. Y me siento culpable. Debería ser capaz. Pero aún tiemblo de miedo cuando pienso. ¿Pasará alguna vez? Necesito que se acabe. Quiero sentir algo. No quiero hablar con quien debo porque sé qué me dirá. Que no debí dejarte volver. Pero, ¿por qué no? Debería dejar de pensar. Antes era fácil porque podía limitarme a actuar en función de lo que sentía pero ¿y ahora? Ahora que no siento nada mis pensamientos son el último refugio, aunque sean lo peor que puedo hacerme.










Parches.



El doctor García tiene las manos heladas pero siempre las ha tenido igual. Me trata desde que era un bebé y me guarda tantos secretos... De esos que nunca le contaré a nadie.

Desde que tengo uso de razón lo recuerdo con su nariz aguileña mirándome desde detrás de su escritorio por encima de esas gafas sin montura. Hoy tiene la nariz colorada porque los médicos también enferman. Después de mirarme la garganta, haciéndome sacar la lengua como cuando era pequeña, me dice que no me preocupe de la sangre como quien lanza un piropo. Cuando se sienta parece muy cansado.

"No sé qué voy a hacer contigo, Isabelita. Puedo dedicarme a poner todos los parches del mundo pero, ¿sabes una cosa?" Sigue hablándome como si tuviera tres años. Se inclina sobre la mesa como si me fuera a contar un secreto. "Si cualquiera me oye, me despiden. Pero nosotros somos responsables de muchos de nuestros problemas de salud. Tus dolores de cabeza, la tos, los temblores, la fiebre..." Enumera todo lo que me ha tratado este último mes. 

"Deja de castigarte. Los parches son solo eso. Parches. Te doy estas pastillas para que deje de doler. Pero volverán si no te relajas y dejas de castigarte por todo." No me lo dice a mal. Puedo distinguir el cariño en sus ojos como cuando le dijo a mi madre que su pie no se volvería a arreglar nunca. O cuando le dijo a mi padre que esa mancha en la piel no era normal.

He salido de allí y necesitaba respirar y no me acordaba. Ya he llorado hoy una vez, por cosas más importantes que las palabras de un médico. Quizá por eso ahora no me sale. Y me he sentado a respirar y lo único que oía era mi propio corazón retumbando en mi cabeza como si quisiera avisarme de algo. Casi sonrío. Mira, no sientes nada pero estás viva, chata. Algo es algo. Cuando se lo he contado a Alicia se ha reído. "Exacto." Ya que no sabemos nada, aferrémonos a eso.










martes, 8 de octubre de 2013

Querido Tú:



Escribo esto como si lo fueras a leer y la sola idea me produce miedo y alivio a la vez. Lo escribo porque me fío de la persona que me soporta a todas horas, quien me encontró cuando estaba perdida.

Quería decirte que siento todo lo que ha pasado. Lo siento sobre todo porque no sé si algún día volveré a estar bien. Es demasiado dolor en muy poco tiempo. Hoy puedo decir con certeza que este fin de semana ha sido el peor de toda mi vida. Pensaba que no se podía sufrir tanto. Que no es humanamente posible y, ¿sabes? Me equivocaba.

Las medidas del dolor siempre son relativas. No puedo ponerlo en una cantidad, decirte una magnitud. Sólo puedo explicar lo que yo he vivido. He pasado cerca de cincuenta horas sin dormir de puro dolor. De puro miedo. Y aún así creí que lo mejor sería dormir y no despertar nunca. Gracias a Dios esta vez no tenía cerca la medicación ni nada que pudiera hacerme más daño del que ya llevaba dentro. He pasado las horas llorando sin parar. Llorando tanto que me daban accesos de vómito. No sabes la de veces que en dos días perdí la noción del tiempo tirada en el suelo del cuarto de baño. Ella, Alicia, no me dejó sola ni un segundo desde que lo supo. Me pedía que comiera pero yo no quería y no podía. A veces lo hice sólo por miedo a que ella también se fuera.

Te habías ido y yo me había quedado a las puertas del "para siempre" que nos habíamos prometido.Te habías ido. En menos de un año pierdo a mi mejor amiga y luego a la persona que me salvó la vida después de aquello. A ti. Y la segunda era por mi culpa. No sabes la de veces que he deseado que me pasara algo horrible. No sabes cuánto he llegado a odiarme.

Creo que lo peor que pudiste decirme era que te había hundido. Sé que lo hice. Y eso era aún peor. Hacerte daño a ti. A ti. Cuando había removido cielo y tierra para verte. Lo di todo. Hasta tal punto que este fin de semana me había perdido a mí misma. Ni a mí misma me tenía. 

Confieso que ha habido momentos en que he querido odiarte sólo para que doliera un poco menos. Porque tú eras feliz sin mí y yo me consumía de dolor. Soy así de cobarde. Cuando pensaba sólo en mí hubiera querido que sintieras el daño que sentía yo... Y entonces me acordaba de ti y sabía que por protegerte de este dolor habría dado media vida. Tú sabes la de cosas que he hecho por protegerte, por cuidar de tu corazón. Y tantas otras que no sabes y no te diré. ¿Iba a dejar de hacerlo aunque me muriera de dolor?

No sabes lo patética, minúscula, insignificante que me he llegado a sentir viéndote bien con los demás. Me he odiado por ser una causa de dolor para ti. Figúrate la paradoja: tú estabas bien mientras yo me ahogaba en mi cama culpándome por haberte hecho daño.

Y luego me escribiste la madrugada del domingo. Te contesté y no tuve respuesta. Por la noche el sentido común perdía la batalla y volvía a espiarte. Feliz. Creo que ahí fue cuando me rompí. Ella, Alicia, lo sabe. Dejé de hablar. Mi madre me zarandeaba intentando que reaccionara y todo. No dormí aquella noche. Lloré hasta que me dolieron los ojos y después nada. Nada.

Me sentía de corcho. Aún me siento así. Hablaste. Dijiste que querías seguir y no supe qué sentir. Creo que aún no me lo creo. Volviste cuando estaba "asumiendo" cosas. Dijiste que me perdonabas. Preguntaste que si tan mal estaba, que si te necesitaba de verdad. ¿Y sabes qué pasó? Sonreí. Fue casi un acto reflejo. No fue una sonrisa bonita. ¿Cómo explicarte que te has ido y me he vuelto loca de dolor? Hasta ella llegó a tener miedo por mí la mañana del lunes. Miedo de que se me hubiera ido la cabeza. Pregúntale.

Que me preguntaras eso... No lo has entendido aún, ¿verdad? Fue lo que pensé. No has entendido que entrego mi cariño a muchas personas. Mi amor a sólo unas pocas. Y que cuando quiero, quiero de verdad. Hasta el final. No te lo puedo haber demostrado más y eso tienes que saberlo. Te hubieras ido para siempre y yo te hubiera querido toda mi vida. Como la querré a ella pase lo que pase. Dicho esto, si quieres irte vete ya. No voy a soportarlo dos veces. Y aún a pesar de todo el dolor...

No pensé en decirte que no ni un segundo, cuando quisiste volver. Ni un segundo. Pero el miedo hacía estragos y temblaba. Aún tiemblo a ratos. Aún hay tics que no puedo parar. Todo desde este fin de semana. Dicen que Dios perdona siempre, los hombres a veces y la naturaleza nunca. Así tengo mi cuerpo, que parece que esté enferma: descontrolado de tics, temblores y demás.

No me atrevo a darte los buenos días. No me atrevo a decirte las cosas que te decía por mi estúpido complejo de madre. No me atrevo a decirte esto a la cara. No me atrevo a creerme que quieras seguir aquí. No me atrevo ni a pensar que esta vez sí sea para siempre. No me atrevo a decirte que te quiero.

Te pedí que tuvieras paciencia pero no sé si entendiste por qué. Te lo pedí porque después del domingo por la noche ya no sé nada. Ya no me creo nada. No sé qué quiero. No sé qué siento y quizá lo peor de todo es no saber qué sientes tú. No sé si me quieres. No sé lo que sientes, no sé si te tengo o si no.

Siempre creí en lo que me decías. Siempre he creído que me querías porque solías decirlo así. Y yo he sido tuya siempre. Y de repente eres feliz sin mí y yo te he hecho el mayor daño de toda tu vida. Ya no sé qué creer. Casi me cuesta creer que ella, que Alicia me quiera de verdad. Y lo creo porque sigue aquí cada día y me lo recuerda y me lo repite. "Te quiero, bonita." Dice a cada rato. Por eso te pedí paciencia. Porque voy a tardar en curarme y creer, si es que lo consigo.

Nunca he querido hacerte daño. Y si no te digo esto a la cara es por eso. Y si no he querido que ella hablara contigo es por lo mismo. Ojalá lo entiendas. Ojalá el verme distinta no te aleje. Y ojalá estés donde quieres estar. Después de todo, aún en lo peor de mis noches, el dolor no era en balde. Tenía sentido porque tú eras feliz. Me estaba volviendo loca de dolor pero tú eras feliz.

Lo creas o no, nunca he querido otra cosa que tu felicidad; desde el momento en que te conocí. Y aunque ahora mismo no sepa nada, sé que nunca voy a desear para ti nada menos que lo mejor. Y cuando digo nunca es nunca porque cuando digo siempre, es siempre.








Nada.



Eso es lo que siento ahora. Nada. De repente un gran pánico, una oleada de rabia, un golpe en el estómago. Ganas de llorar. Y, por debajo de todo eso, una gran nada. ¿Qué me ha pasado? Qué desagradable no sentir. Como si no estuviera viva. ¿Se puede morir de dolor? Perdida. Como si no fuera yo nunca más.

Y tú. Me tratas como a una extraña. No hay esas palabras de cariño que había. ¿Lo estás haciendo por compasión? Porque si es así, no la quiero. Quiero que me necesites o que te vayas. No se puede querer a alguien a partir de la piedad. No quiero tu piedad. Quería tu cariño. Sólo eso y no está.

Esta mañana tenía miedo de saludarte. Miedo de no saber quién eres hoy. A quién me voy a encontrar cuando te hable. Y al final, eres el tú de ayer. Sin cariño de por medio. Un diálogo frío, como dos conocidos. El diálogo que podría tener con cualquier otra persona. Y no me atrevo a decirte que te quiero porque aún duele demasiado. No me atrevo a mirar tu foto y no me atrevo a buscarte. Aún duele demasiado. Has venido a tapar una herida que aún no había acabado de sangrar y ahora no sé cómo tengo que sentirme, cómo tengo que pensar. 

Las pesadillas siguen ahí. Te vas. Vuelves. Te vas. No me quieres. ¿Me has querido de verdad alguna vez? Ya no sé nada. Tengo ganas de llorar y me faltan lágrimas. O fuerzas. ¿Eres consciente del daño? No puedo ser la misma aunque quiera. Aún es pronto y tú no haces nada para que confíe... ¿Porque no sabes o porque te da igual? 

Y me preguntaste si tan mal estaba. Si te necesitaba de verdad. Seguro que te parece ridículo tanto dolor. Una exageración. Después de todo, apenas hace unos meses. La persona que más me conoce en el mundo suele decir que mis medidas no son las de la gente normal. Dice que es como si yo tuviera tres corazones. Dos más que el resto del mundo. Que cuando quiero, quiero por tres y cuando duele, duele por tres.

Ojalá pudiera arrancarme los que sobran y querer menos. Ojalá. Pero, ¿sería yo entonces? Sólo sé que quiero sentir algo y no sé ni por donde empezar. Quiero saber si me quieres. Que me quieras o te vayas. Aún no me creo que estés aquí. Así que si te vas ahora ni siquiera se reabrirá la herida. Ya está ahí.








Para Alicia



"I need you here, Little Red. https://www.youtube.com/watch?v=vl8Qv9Ump3s Hold on baby."


"Ahora lloro yo", decías. "Porque no tengo a nadie así." A nadie que se quede pase lo que pase. A veces me cuesta creerlo. ¿A nadie? ¿Tú? ¿Qué clase de ceguera existencial hay que tener para no quererte cerca? Yo no la tengo. Me gustaría escribir algo precioso, como lo que escribes tú. Me gustaría asegurarte que yo no me voy. Que lo he hecho con otras personas. Gente que sí se ha ido y yo seguía aquí. ¿Cómo no hacerlo contigo que cuando estaba abajo estabas conmigo? Te lo dije una vez aunque lo formulara mal. Si volviera a nacer, querría ser como tú. Así me gusta más. Es curioso. Alicia, que es la que se pierde, es la que me encuentra. Si te doy las gracias me dirás que no te las de pero si ahora mismo siento algo, es esto. Gracias.




lunes, 7 de octubre de 2013

No voy a llorarte más.


No voy a llorarte más. Se acabaron las lágrimas, los vómitos, la rabia, el dolor. Se acabó. No voy a llorarte más porque no puedo. Si te lloro más, me voy a perder. Gracias, por el mayor dolor que he sentido en toda mi vida. Si salgo de esta, algún día, quizá me de cuenta de que esto me ha hecho más fuerte. Si salgo, algún día.

Quién eres tú, me preguntaste una vez. Soy la que pierde a todo el mundo. Ya he crecido. Ya soy mayor. Antes solía pensar que todos tenemos derecho a ser queridos. Ahora ya sé que todos no. Perdí a mi mejor amiga, la única persona que no se ha ido. Seguiría aquí si la vida la hubiera dejado. Ella no se fue por mi culpa. Ahora te he perdido a ti y esta vez sí lo es. 

O no. O quizá él tenga razón y sólo te has echado atrás al ver que lo que yo decía era verdad. Al ver que era para siempre. Me atrae la idea de poder librarme de la culpa pero no nos engañemos. Aunque, sin querer, te hice daño. Y es lo que no puedes perdonarme. 

Quizá te tenía en un altar y te has caído. Pensé de ti lo mejor. No vi que tenías defectos y cada vez que me has herido porque sí, cielo, lo has hecho, tantas veces que ni siquiera te has dado cuenta de la mitad, te las he disculpado todas. Todas y cada una. Tengo la suerte de que a mí me enseñaron a perdonar de verdad. Yo me he sentido totalmente perdonada varias veces en mi vida. Por eso puedo perdonar pero perdonar de verdad. Completamente. Tabula rasa.

Y voy a necesitar sentirlo otra vez. Aunque no venga de ti, aunque ya nada venga de ti. Y estas son las últimas lágrimas que te dedico. Si sigo llorando no voy a poder. Y quizá tú no. Quizá tu nunca. Pero hay quién me necesita, ¿sabes? Me refiero a de verdad. Hay quién me necesita bien. Y si sigo así voy a perder la cabeza de dolor. Aunque, después de todo, puede que ya la haya perdido.

No me digas adiós, te pedí una vez. Te lo pedí porque adiós significa que te vas y no soportaba la idea. Esa que ahora es realidad. Te lo digo yo porque ya te has ido. Adiós, mi sol, que encuentres a quién te quiera como quieres y que seas muy, muy feliz.

Mi mayor miedo.


Ser prescindible, fácil de olvidar. Es exactamente lo que estás demostrando que he sido. Por eso ya no quiero dormir. Por eso no quiero pensar. Porque, ¿cómo puede seguir todo como estaba si se ha acabado lo que me daba fuerzas para continuar? ¿Cómo voy a hacer mi vida como solía? 

Solía acabar el día pensando: es una mierda, pero le tengo. ¿Y ahora? Dímelo tú. ¿Cómo? Quiero bajarme del mundo ahora mismo. Que se acabe este dolor porque no puedo más. Que termine todo. Que se acabe. 

Es curioso. La que dijo de irse fui yo y tu dolor me hizo quedarme ignorando y haciendo a un lado a mí misma y a mi dolor. Ahora que tú decides irte, mi dolor sigue aquí. Mi dolor ha empeorado. Y a ti te ha dado igual. 

Y ni siquiera puedo mirarme a la cara porque mi reflejo me echa la culpa. Me ignoré a mí misma por intentar salvarte de tu dolor y ahora sólo me tengo a mí. Dime cómo voy a perdonarme. Dímelo tú.



jueves, 3 de octubre de 2013

El tiempo que me doy.



No perdono a la muerte enamorada
no perdono a la vida desatenta
no perdono a la tierra ni a la nada.

Ojitos verdes, mírame. El dolor de no tenerte me dobla. Te echo tanto de menos que a veces creo que te veo y luego no eres tú. Hoy he ido a ver el mar. He ido por ti. Aún te busco donde solías estar. He visto ese estúpido wok takeaway. ¿Cuántas veces que comimos esa basura? ¿Me crees si te digo que no recuerdo por qué? 

No puedo decir nada que no sepas. Porque lo sabes. Sé que lo sabes. Hoy el mar llevaba tu color. Lo has vestido tú para que yo lo viera. El mar me daba paz. Como cuando tú decías: "no va a pasar nada malo, ya lo verás". La misma paz. El mismo color. ¿Sigues cuidándome? Si el mar es tu mensajero, mi regalo te lo llevan sus olas. Sé que te encantaba. 

Perdóname. Perdóname. Y cuando lo hagas, ayúdame a perdonarme. Gracias por el ángel que has mandado en tu lugar. No habría podido sola. Sigo guardando tu secreto. Voy a seguir adelante, escarola. Ayúdame con el dolor. No puedo calmarlo yo sola. Ayúdame a seguir. Cuando den las 00:00 de hoy, se terminó. Este es el tiempo que me doy para llorarte. Este es el tiempo que me doy para llorarnos. Después de todo, siempre fuiste yo. Siempre fui tú. 

Goodbye, April Lady. 






miércoles, 2 de octubre de 2013

Tres veces tonta.




¿A dónde has ido, niña tonta? Que te has perdido y ahora no te encuentras. ¿Dónde estás? Tu mayor temor era ser una sombra de nuevo y mírate ahora. No eres ni el reflejo de una sombra. Has vuelto a caer. Esta vez con más fuerza. Una Caperucita tonta que no le ve las orejas al lobo. Lo sabías. Te lo dije. Todos lo dijeron. ¿Y qué vas a hacer ahora con los restos de ti misma? ¿Qué escultor va a querer tu barro estropeado? Y sigues esperando, cabezona. Tonta. Has vuelto a darlo todo. Dos veces tonta. ¿Le viste bien? ¿No sabes que la vida no va así? En qué estarías pensando. Bravo. Ya tienes otra gran ausencia en tu vida. LA gran ausencia. Porque el vacío que deja es exactamente el espacio que le diste en tu vida. ¿Te extraña sentirte ahora vacía? Ingenua. Tonta. Tres veces tonta.  




Hay un hombre esperando en la estación.



Hay un hombre esperando en la estación. Está de pie. Espera. No va a llegar nadie. Está esperando a que el autobús que la lleva a ella, arranque. Está esperando a que la alejen de sí. Es de madrugada. Los viajeros esperan y en la estación nadie queda ya. Él espera, quieto, en silencio, erguido ante ese monstruo hecho de metal y quilómetros. Le hace frente. Hay una amenaza y una súplica mudas en el aire. 

Aún puede verla a través de la ventana. Se acomoda. Sonríe y le saluda con la mano. Se despide. Le lanza un beso. Él solo sonríe aunque los músculos no le responden demasiado bien. Puede que si hace algo más se arrepienta de dejarla marchar. Sabe que no es el final. Y ya está contando los minutos que faltan para volver a estar así, de pie en la estación: esta vez esperando para recibirla. 

Aún así… Dejarla marchar no es fácil. Va a quedarse allí hasta que ya no vea el autobús. Va a quedarse allí hasta que ella ya no esté. Como si eso le garantizara un viaje seguro. Como si eso fuera a devolvérsela antes. Y allí se queda. Mirando cara a cara el dolor de no poder protegerla siempre. Y la estación, que está acostumbrada a llantos, besos, risas y abrazos guardará siempre la mirada de un padre atrapado en el momento que sabía que llegaría tarde o temprano. El momento de dejarla marchar.