miércoles, 9 de octubre de 2013

Parches.



El doctor García tiene las manos heladas pero siempre las ha tenido igual. Me trata desde que era un bebé y me guarda tantos secretos... De esos que nunca le contaré a nadie.

Desde que tengo uso de razón lo recuerdo con su nariz aguileña mirándome desde detrás de su escritorio por encima de esas gafas sin montura. Hoy tiene la nariz colorada porque los médicos también enferman. Después de mirarme la garganta, haciéndome sacar la lengua como cuando era pequeña, me dice que no me preocupe de la sangre como quien lanza un piropo. Cuando se sienta parece muy cansado.

"No sé qué voy a hacer contigo, Isabelita. Puedo dedicarme a poner todos los parches del mundo pero, ¿sabes una cosa?" Sigue hablándome como si tuviera tres años. Se inclina sobre la mesa como si me fuera a contar un secreto. "Si cualquiera me oye, me despiden. Pero nosotros somos responsables de muchos de nuestros problemas de salud. Tus dolores de cabeza, la tos, los temblores, la fiebre..." Enumera todo lo que me ha tratado este último mes. 

"Deja de castigarte. Los parches son solo eso. Parches. Te doy estas pastillas para que deje de doler. Pero volverán si no te relajas y dejas de castigarte por todo." No me lo dice a mal. Puedo distinguir el cariño en sus ojos como cuando le dijo a mi madre que su pie no se volvería a arreglar nunca. O cuando le dijo a mi padre que esa mancha en la piel no era normal.

He salido de allí y necesitaba respirar y no me acordaba. Ya he llorado hoy una vez, por cosas más importantes que las palabras de un médico. Quizá por eso ahora no me sale. Y me he sentado a respirar y lo único que oía era mi propio corazón retumbando en mi cabeza como si quisiera avisarme de algo. Casi sonrío. Mira, no sientes nada pero estás viva, chata. Algo es algo. Cuando se lo he contado a Alicia se ha reído. "Exacto." Ya que no sabemos nada, aferrémonos a eso.










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