jueves, 10 de octubre de 2013

Hacerme esto.




Mi subconsciente no deja de traerme a la cabeza canciones que no puedo escuchar, el muy cabrón. Hoy he vuelto a caer. No contestaba y he subido la conversación. La he subido porque cada vez es más fácil. La he subido hasta aquel fin de semana perfecto y ese lunes desgraciado. Cuántas veces le pedí perdón. Cuántas veces le dije todo lo que significaba para mí. Y el martes... David no tenía que haber dicho nada. Por eso me enfadé. 

Por culpa de David, cuando hablaba conmigo se puso a hiperventilar. Me he recordado sola en el hospital llorando. He vuelto a ver a la enfermera que me pinchó cuando me dio el ataque de ansiedad. Se me antojó el mismo demonio porque no me dejaba salir de la cama. Y yo quería salir porque necesitaba asegurarme de que él estaba bien. Porque todo era por mi culpa. Y los días de después. Dijo que me había perdonado pero... Dios. Yo lo creí. Como creí cada palabra. 

Supongo que siempre he sido fácil de engañar. Si no fuera porque, de repente, vuelvo a ser una Caperucita acojonada, me haría gracia. ¿Vivir es una gran aventura? Qué paradoja. Yo no soy una aventurera. Yo quería la vida en La Comarca. Paz. Que es lo que diseña Alicia para mí. Casa blanca, cortinas amarillas. Yo no quiero sufrir, diga lo que diga el psiquiatra de los ojos azules. No quiero tener miedo y lo tengo. Debería alegrarme sentir algo, después de todo. Pero hubiera querido que no fuera miedo. Miedo a todo. A todo no. Miedo a que se vaya. A que no me quiera. A que, en realidad, nunca lo haya hecho y yo me haya creído que sí.

Porque al final eso es Caperucita, ¿no? La niña tonta que se cree todos los cuentos. Qué paradoja tan jodida y tan auténtica. 





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