lunes, 21 de mayo de 2012

A ti.

Yo no podía pero tú estabas ahí.

Perdí la cuenta de las veces que caí.
Solía quedarme en el suelo, respirando.
Solía dormirme esperando.

Yo no podía y tú estabas ahí.

Por las veces que dijiste “tú puedes”.
Por todas las veces que me levanté.
Y yo no podía. Realmente no podía.

Pero tú estabas ahí.

Cuántas veces pensé que no podría.
Cuántas veces perdí la esperanza de llegar.
Aquellas veces en que, de pronto, rompía a llorar.

Y, qué curioso, tú seguías ahí.

Cuánto cambié en el camino, ¿sabrías decírmelo?
¿Me volví fiero, viejo, amargo, cansado?
En el fondo, siempre me gustó que caminaras a mi lado.

Porque aunque yo no pudiera, tú estabas ahí.

¿Cúantas veces me llevaste en brazos?
¿Recuerdas cuántas veces dije que me rendía?
Decidiste no contar las veces en que yo ya no podía.

Sí. Cuando yo ya no podía, tú estabas ahí.

Hoy aun me pregunto por qué no lo dejabas.
Por qué no te cansabas. Por qué no te rendías.
Solías decir… Que yo te daba fuerzas: que lo hacías por mi.

Tú. Quién, a pesar de todo, estaba ahí.

Gracias por no dejarme abandonar.
Hoy creo que, por fin, lo entendí.
Gracias por enseñarme a confiar.

Gracias porque, ante todo, tú estabas ahí.

Entendí que lo importante no es llegar.
Que lo importante es el camino.
Que lo importante es con quién caminar.

Yo te tuve a ti que no dejaste de estar ahí.

Entendí que yo no podía. No podía de verdad.
Entendí que, en realidad, eso daba igual.
Lo importante eras tú que decías que sí lo conseguiría.

Y yo no podía, realmente no podía, pero tú estabas ahí.

Eso fue lo que valió la pena del camino.
Hoy, después de tantos años, lo entendí.
Que sólo quise, durante todo este tiempo,
alguien como tú, que estuviera ahí para mi.
Llegar o no llegar, al final, es secundario.
La cuestión es si encontraste ese tú.
Ese tú que te dice que puedes, que no abandona.
Que sigue ahí.
Y que, al final de todo, puedas volver la cabeza atrás
y entiendas que debes dar gracias.
En el camino hubo lágrimas y risas, gritos y silencios, agonías y alegrías.

Pero lo mejor, lo mejor de todo, fue tenerte a ti.

A ti, que cuando ya no podía, cuando me sentía morir, cuando me sentía caer, estabas ahí. Me recogías, me abrazabas, me salvabas del vacío. Siempre decías: “sí, tú puedes, yo sé que tú puedes.”

Y yo no podía… Realmente no podía… Pero tú estabas ahí.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Por si decides volver.

Escribiré cartas sin dirección.

Por si decides volver.
Alguno de estos días.

Compondré canciones,
sinfonías, versos y poesías.
Haré cien castillos con la arena
de esta playa que te espera,

por si decidieras volver.

Volveré a vestir los mismos 
colores que llevaba entonces.
Cantaré todas esas melodías
que tú conoces,

por si decides volver.

Pintaré dos mil esbozos
de ti y mi destino de la mano.
Nadie me apartará del camino:
lo guardaré sin descanso,

por si decidieras volver.

Encenderé todas las velas: 
si llegas de noche, 
no temas que no esté.
Siempre te esperé.

Por si decidías volver.

Y por si decides volver…
Que sepas que seguiré aquí esperándote.

Que sepas que esperé tu luz, tu bien,
que espero que recuerdes, 
que sueñes, que rías, 
que estés bien.

Y que si pudiera esperar un poquito más,
desearía estar en esos sueños, esas risas, esos recuerdos.

No dijiste que volverías.
Y sin embargo yo, mírame, no perderé la esperanza de verte otra vez -como siempre, tan bonita-…

Por si decidieras volver.