domingo, 1 de diciembre de 2013

"No dejes de cantar."


Se te acerca, no le has visto en tu vida pero te coge la mano y te dice, emocionada: "he llorado mucho... Gracias. Tu canción me ha recordado mi niñez." Se va y sigues hablando pero le miras de reojo. No tienes tiempo de pensar en nada por que alguien te pone una mano en el hombro y te giras. Tampoco le habías visto nunca pero te planta dos besos, sonriendo. Suelta piropo tras piropo ignorando tu incomodidad y tu evidente sonrojo. Se queda a tu lado, te pide una foto. 

¿A mí? Sólo he cantado. No lo entiendes pero sonríes para la foto que te obliga a pestañear varias veces con su flash innecesario. Y entonces aparece él. Su americana cruzada, azul marino, limpísima, sin una sola arruga. Su chaquetón de cuero perfectamente doblado en su brazo. Su sombrero gris. Se lo quita y hace una reverencia. ¡Una reverencia! "Yo sólo quería presentar mis respetos. Ha sido espectacular. No dejes de cantar." Y se va y te quedas allí mirándole como si todo eso fuera un sueño o un error. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario